28/2/11

CEREMONIA DE LOS OSCAR, ENTRE EL GLAMOUR Y EL ABURRIMIENTO, por Olga Casal

















Millones de espectadores en cerca de doscientos países siguieron en directo una ceremonia de los Oscar que todos los medios de comunicación coinciden hoy en calificar como previsible, sosa y aburrida. Y tengo que darles la razón. La semana pasada escribí algo parecido sobre la gala de los Goya y mucho me temo que podría traspasar aquellos comentarios a este caso, sin cambiar ni una coma.
Lo sorprendente es que los organizadores, precisamente este año, pretendían dar un aire renovador al evento, eligiendo por primera vez en la historia de la Academia a una pareja de presentadores (antes hubo tríos, cuartetos, etc.), dos jóvenes y atractivos actores que debían servir de gancho para captar a un público juvenil que, interesado quizá por la película La red social, se asomara a la televisión para presenciar la ceremonia de entrega de los premios. No creo que lo hayan conseguido, ni siquiera con el original recurso de poner a tuitear a las madres de los nominados. Y a una abuela.


Otro guiño a la juventud quedó patente al ofrecer la posibilidad de ver todo lo que ocurría entre bastidores a través de Internet gracias a las cámaras instaladas detrás del escenario y en las salas de espera, que fueron retransmitiendo imágenes en la web oficial de los Oscar, eso sí, al módico precio de 4,99$. "Vamos a tener ocho cámaras detrás del escenario durante el espectáculo, que mostrarán cosas que los asistentes a la ceremonia no podrán ver. La gente podrá ver no sólo lo que está sucediendo en el escenario, sino detrás. Nunca hemos hecho eso antes", explicaba el presidente de la Academia, Tom Sherak. Ya nos contarán el resultado. Porque la idea era superar los más de cuarenta y un millones de espectadores que tuvieron el año pasado, la mayor cifra en cinco años.


En cuanto a la puesta en escena, la Academia quiso rendir un homenaje a la historia del cine recreando los míticos platós del cine mudo o Lo que el viento se llevó, con números musicales y efectos virtuales y de pantalla que no despertaron la deseada emoción entre el público, cosa que no le reprocho. Únicamente se vivió algún momento emotivo en el obituario, amenizado por Celine Dion, y cuando hizo su aparición  Billy Crystall, un clásico del los Oscar que no se dejaba ver en el escenario del Teatro Kodak desde el 2004.
No voy a negar que el sentido del espectáculo que admiro en los americanos estuvo presente en la escenografía, el ritmo, los cambios de vestuario, la música, etc. pero lamento decir que la gala me aburrió. Esperaba algo más fresco, más ágil.
Lo mejor, la alfombra roja, con su incesante discurrir de estrellas enfundadas en maravillosos y elegantes modelos de alta costura; Sandra Bullok, espontánea y divertida como siempre; y el eterno galán Kirk Douglas, genio y figura.

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