1/11/10

Los llantos de los políticos, ¿Rompen el protocolo?, por José Luis Delgado



No voy a entrar en la polémica suscitada durante toda esta semana por el académico de la Lengua, Arturo Pérez Reverte, y compañero de fatigas en nuestro querido y añorado periódico PUEBLO, cuando los dos velábamos armas en aquella casa, de la que han salido numerosos periodistas que hoy copan las tertulias y los medios de comunicación mas dispersos y variados. Digo que no voy a entrar en si lo que dijo en twitter Pérez Reverte es o no correcto, si está en lo cierto o se pasó tres pueblos. Para eso están ya los blogueros y toda la clase política que se ha echado materialmente encima del escritor. Lo que sí me pregunto, sin respuesta, es si a todos los personajes que alguna vez en su vida han llorado delante de todo el mundo, se les puede calificar de “mierdas” ¿?
Lo que sí voy a hacer en este artículo es recordar que Moratinos –que, dicho sea de paso, no es santo de mi devoción- no ha sido el único político que ha llorado en público. Casi me atrevería a decir que han sido cientos los que en algún momento de su carrera han manifestado sus humanos sentimientos, a pesar de ser algunos de ellos considerados hombres/mujeres duros/as en el ejercicio e su cargo.
Los romanos ya medían la profundidad de sus sentimientos con lágrimas derramadas que guardaban en vasos llamados "lacrimatorios". Pero, claro está, si de por medio está la política, todo sentimiento es dudoso: Nerón protagonizó el más célebre lloriqueo político de la historia cuando, después de ordenar el incendio de Roma, llenó un lacrimatorio con lágrimas de cocodrilo mientras contemplaba el espectáculo.
En a la época de los Reyes Católicos, cuando estos conquistan Granada y al moro Boabdil se le caen unas lagrimitas al entregar las llaves de la ciudad, su madre le dice aquello de “llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre”.
Uno, que va cumpliendo años, recuerda la historia que ha vivido y recuerda cómo el primer ministro de Franco, Arias Navarro, al anunciar la muerte del dictador por Televisión con un traje gris, camisa blanca y corbata negra, echó sus sollocitos al pronunciar la memorable frase de “Españoles, Franco ha muerto”. Lo recuerdo como si fuese hoy mismo. Y ya que hablamos de Franco, también éste lloriqueó cuando al parecer ETA asesinó al almirante Carrero Blanco; en ese momento estaba yo estudiando periodismo y me tocó cubrir el funeral de este asesinato.
Pero lloros los tenemos mucho más recientes, por doquier; véase por ejemplo cómo los Reyes Juan Carlos y Sofía lloraron ante todos los españoles en el funeral por la muerte de Don Juan de Borbón, o como el presidente de Brasil, Lula da Silva, es el más proclive al moqueo y al kleenex. La más reciente hace un año cuando Brasil se alzó con la organización de los Juegos Olímpicos para el 2016. Como Winston Churchill dijo: “para florecer las lágrimas del de enfrente, antes tienen que haber fluido las tuyas propias”, y así hacia. Era un hombre de frecuente sollozo; como José María Aznar, un político duro, al despedirse de su cargo de presidente de gobierno en San Sebastián, también se llevó la mano a los ojos; como la Dama de Hierro, Margaret Tatcher, hizo uso del pañuelo cuando se despedía después de once años en el poder, como primera ministra del Reino Unido; como incluso a Adolfo Suárez también se le puso un nudo en la garganta al renunciar como presidente del Gobierno; como Alberto Ruiz Gallardón, en la presentación de un libro de Manuel Fraga, igualmente se le humedecieron los ojos y tuvo que interrumpir sus palabras hasta serenarse.
En el mundo mundial, también se han visto políticos que lloran. Al gran Dios del mundo, que es en la actualidad Barak Obama, el día del funeral por su abuela, se le cayeron algunas lágrimas.
Y ya no vamos a meternos con los llantos y lagrimitas que enseñorean las caras de algunos personajes del mundo de la canción, la cultura, el deporte etc… Véase a Iker Casillas o a Manuel Alexandre, a Roger Federer o al propio Javier Bardem.
Dicho esto, cabria preguntarnos, ¿es protocolario llorar?

Yo creo que igual que apuntamos que está mal dicho eso de “el Rey ha roto el Protocolo al acercarse a unos niños”, aquí tenemos que decir lo mismo. El Protocolo no entra en si debe o no debe llorar un político o una autoridad. El Protocolo establece unas normas o reglas para constituir unas determinadas precedencias. Aquí estaríamos hablando exclusivamente de sentimientos, pero no de saltarse el protocolo. Son humanos como nosotros y tienen los mismos sentimientos que cualquier ciudadano, y si nosotros lloramos cuando vemos una película emotiva o cuando perdemos a un ser querido, ¿por qué no ellos en determinadas circunstancias? Ya sé que en ocasiones lloran por presión, por dolor, e incluso por fingimiento, porque se lo marcan así sus asesores de imagen. En este último caso, debo decir que los políticos son las personas que mayor numero de veces rompen las normas del protocolo, porque les interesa, no por desconocimiento, motivado por querer hacer llegar al ciudadano un determinado mensaje. Si lloran con cierto fingimiento es por hacer llegar a la ciudadanía que ellos están con el pueblo y lloran como el pueblo. Una lagrimita a tiempo puede dar un vuelco en las encuestas, incluso. Pero también hay que decir que en otras ocasiones muestran su lado más tierno y afloran sus propios sentimientos, que los tienen. Es normal que Moratinos se emocionara, no por perder el puesto, sino por los recuerdos de tanto tiempo al frente de la política exterior de España. No porque piense “y ahora que”; ya sabemos que los políticos siempre encuentran otras ocupaciones; por tanto, aquí y ahora no rompió el protocolo, simplemente fue una expresión yo diría sana, mezcla de emoción y fragilidad.

José Luis Delgado García
Socio- director de “Delgado & Asociados”

2 comentarios:

  1. Interesantísimo artículo, aunque discrepo en que el protocolo se limite a un orden de precedencias.
    El protocolo guarda relación con los sentimientos humanos, puesto que la manera de comportarse y de ser y estar en el mundo de cada persopna se basa en valores, usos y costumbres. Las lágrimas forman parte del ser humano y, en consecuencia, son "protocolarias", por llamarlo de alguna manera.

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  2. Tienes razón, Aránzazu, el protocolo es mucho más que un orden de precedencias. El protocolo es comunicación, y , desde esa perspectiva, podemos aplicarlo a casi todos los órdenes de la vida.
    Un saludo,

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