Soy docente por vocación. Durante toda mi vida he
compatibilizado mis actividades profesionales con la enseñanza porque desde muy
joven descubrí que enseñar era la mejor manera de aprender. Enseñar me obliga a
formarme constantemente, a reciclarme, a estar al día… Y lo cierto es que el
contacto con mis alumnos me produce una enorme satisfacción que me compensa las
largas horas de preparación y estudio que dedico a cada clase. Hasta ahora
siempre había sido una experiencia muy grata. Siempre. Pero estos últimos meses
en los que he impartido un curso de formación ocupacional para jóvenes
desempleados me han dejado un poso amargo que me ha llevado a reflexionar sobre
lo que está pasando en este país.
El curso en cuestión es producto de una cuantiosa subvención
de la Xunta de Galicia (o sea, que nos cuesta un riñón a todos los gallegos) y
está destinado a dotar de competencias profesionales a un grupo cuidadosamente
seleccionado de personas desempleadas, todas ellas con formación universitaria
y con una edad media de unos 28 años. Debo decir que la entidad organizadora
del curso ha hecho un trabajo impecable de selección, coordinación y
seguimiento del programa, lo cual nos situaba a todos en una óptima posición de
salida.
Sin embargo los que no han estado a la altura han sido los
alumnos. Con gran sorpresa me he
encontrado con un grupo de estudiantes
desmotivados y desganados cuya única intención, creo yo, era lograr una
línea más en su curriculum, aunque para ello sólo estuvieran dispuestos a asistir
pasivamente a clase, hacer lo mínimo imprescindible cuando la profesora manda
un ejercicio práctico y el resto de día pensar en las musarañas o tontear en el
Facebook. Apatía total. Penoso.
No puedo hablar de faltas de disciplina ni de conducta.
Todos han asistido regularmente, incluso con puntualidad, han tomado apuntes y
han aguantado estoicamente las largas horas de clase. Pero interés real por
aprender, cero. Con dos únicas y honrosas excepciones, nadie se leyó el
material didáctico, nadie preguntó en clase, nadie participó en los debates que
intenté plantear, nadie contestó a mis preguntas abiertas…
Me encontré ante auténticas setas que no reaccionaron ni siquiera cuando
abordé el asunto abiertamente en clase, con franqueza, dispuesta a adaptarme a las necesidades reales del grupo
con el fin de mejorar los resultados. Sólo obtuve la callada por respuesta. Mediocridad
en estado puro, por no hablar de la falta de responsabilidad y solidaridad que
supone el consumir recursos públicos como si fuera un derecho natural que no exige deber alguno.
Mi primer pensamiento fue imputar esa desgana a la crisis (culpable
de todo, como se sabe) que ha generado en este país una especie de depresión
social y generalizada. Pero después de darle muchas vueltas, creo que la crisis
no está en la causa sino en la consecuencia. Es cierto que la situación
económica es más que difícil, que los jóvenes no encuentran una salida, pero no
lo tenemos más fácil los mayores. Cada día cierran empresas, comercios, crece
el desempleo y vemos con desolación cómo con más de cuarenta años,
especialmente las mujeres, resulta casi
imposible reintegrarse al mercado laboral.
Este es un momento de cambio profundo, en el que debemos modificar el chip si queremos sobrevivir. Jamás
saldremos de esta situación si permitimos que se haga crónica, si no tenemos empuje, proactividad, ilusión.
No podemos seguir quejándonos de la falta de empleo y oportunidades si lo único que hacemos es sentarnos en un aula a ver pasar las horas
toda la mañana, mientras dedicamos las tardes a quejarnos de nuestra perra
suerte y mandamos currículos a diestro y siniestro. ¡Un poco de imaginación! El
C.V. está muerto, es spam. Nadie lo lee.
Aquellos tiempos en que las empresas contrataban gente han pasado. Y no
creo que vuelvan. Hoy tenemos que buscar modos alternativos para promocionarnos
profesionalmente, para poner en valor nuestras cualidades y competencias: formación,
autoempleo, networking, redes sociales profesionales, fomentar la marca
personal, flexibilidad … Todo lo que nos lleve a estar activos y a la expectativa
de nuevas oportunidades que puedan surgir en cualquier momento. Es una cuestión de actitud.
La pasividad sólo conduce a más pasividad y a más desolación. Es un círculo vicioso. Señores, tenemos que
espabilarnos si queremos salir de ésta. Todos.
Qué acretado artículo y qué lástima por otra parte.
ResponderEliminarCuando se habla de juventud desencantada y otras cuestiones parecidas, yo me pregunto qué clase de desencanto es ese si no les ha dado tiempo. Quizá el modelo social de bienestar que hemos creado no les ha hecho nada bien, porque no han aprendido que las cosas se ganan con esfuerzo, ilusión y trabajo.
Totalmente de acuerdo contigo en que enseñando se aprende mucho.
Encantada de volver a leerte.
Un abrazo.
Querida Aránzazu, creo que has dado en el clavo. Aportas a mi post una interesante perspectiva al hablar de la cultura del esfuerzo, tan olvidada por estos lares.Es evidente que sólo se aprecia en su justa medida lo que ha costado trabajo conseguir.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y un abrazo.
Soy joven y he vivido siempre bajo un gran sistema de confort, y no todos somos así, siempre me he esforzado muchísimo por todo lo que tengo, y conozco a muchísima gente que también lo hace, es más estuve acudiendo a un curso realizado por FUAC y la Escuela de Negocios NovaCaixaGalicia, y la gran mayoría de los asistentes eran personas despiertas, atentas, dispuestas a subirse al escenario, presentarse y a hacer lo que se les pusiera por delante. Plantearos la pregunta ¿por qué están desempleadas esas personas? Aparte de por la crisis, con esa actitud no creo que cambien de situación.
ResponderEliminarDavid, la actitud que describes es precisamente la que considero necesaria para el desarrollo tanto personal como profesional. Afortunadamente hay muchos jóvenes como tú, con ganas de aprender y de hacer cosas. Te felicito por ello y te animo a seguir por el camino del esfuerzo y el trabajo. Continuamente tengo ocasión de conocer a gente así en mis clases y me siento orgullosa de ser su profesora, porque eso me permite contribuir modestamente a su crecimiento. Pero lamentablemente no todo el mundo es igual y en este post aporto una experiencia personal que me hizo reflexionar sobre el porqué de las cosas.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y un saludo.
Anímo¡ y toda la razón del mundo.
ResponderEliminarsi no tenemos empuje, proactividad, ilusión. No podemos seguir quejándonos
Yo también soy muy joven (47 años) y también estoy desempleada pero no me dejo abatir (y mira que a veces cuesta y mucho). La difrerencia, a mi entender, entre los jóvenes de 28 y los muy jóvenes de 47, es que yo pertenezco a una generación que se esforzó por tener 5 duros (de los antiguos)en el bolsillo para sus gastos, y a los otros les dan 30€ en casa para los suyos. ¿Me explico?. A veces creemos que somos mejores padres por dar a nuestros hijos todo y de todo. ¿Estudios Universitarios? Ok. ¿Veranos en Irlanda? Vale. Master en Estocolmo? Estupendo. Además coche, ropa, dinero para el fin de semana en Llanes con los amigos... Y luego ¿Qué pasa? Que a los nenes les apetece trabajar pero claro, como eso no lo pueden "comprar" los papás... Hemos metido la pata como padres y eso lo estamos pagando ahora.
ResponderEliminarYo no consiento que nadie me desanime, sigo estudiando, esforzándome, colaborando en diferentes asociaciones con lo poco o mucho que yo se hacer (org. de actos, comunicación y protocolo), a veces me salen trabajitos, manteniendo mi cabeza y mi cuerpo ocupados, manteniendo contactos y sobre todo "vendiéndome". Vendiendo actitud y aptitud pero sobre todo... "ILUSIÓN".
No me extraña que te desanimes, Olga, pero yo creo que tu tienes una gran ventaja y es que tienes poder en tus manos para sacarlos de esa apatía. ¿No?.
Un saludo a todos.
Josué y joven anónima de 47, ése es el espíritu que nos sacará de la crisis: la aptitud, lograda a base de formación y reciclaje constante, y la actitud de querer aprender, de querer salir de la mediocridad. Imaginación e ilusión son claves en este momento y me alegra comprobar que hay mucha gente que las tiene a raudales.
ResponderEliminarGracias a los dos por vuestros comentarios y mucho ánimo.
Que conste que soy "anónima" simplemente porque, no se por qué, no fui capaz de colocar mi nombre. Soy Juana María García.
ResponderEliminar¡Cosas de la ciencia moderna, Juana!
ResponderEliminarQuerida Olga,
ResponderEliminarNo hay nada mas desmotivante para un formador o profesor de lo tu describes en tu post. Como nunca acepto formacion subvencionada, tengo la suerte de tener formandos muy motivados por haber pago de su bolsillo o del bolsillo de su empresa el curso. Pero en clases de postgrado he encontrado por veces ese tipo de alumnos que solo quieren una linea para su cv. Nada peor despues de largas horas de preparacion do que salir de casa al final del dia para enfrentar una clase apatica y desmotivada. El problema no es tuyo a lo mejor es de una sociedad que ha creado estes zombies que estudian muchos años pero aprenden poco.Animo que algo habran aprendido!
Recibe un saludo solidario
Isabel Amaral
Querida Isabel,
ResponderEliminarSé que comprendes muy bien mi sentimiento de frustración y por eso agradezco tu solidaridad. No obstante, mi experiencia me dice que el hecho de que un alumno se implique o no en el aprendizaje no está ligado necesariamente al pago del curso. Indistintamente encuentro alumnos muy motivados en cursos subvencionados y otros muy apáticos en cursos carísimos. Y también al revés, o sea, que no creo que haya una relación directa entre ambas circunstancias.
Pero en ambos casos el resultado es el mismo: quien tiene actitud positiva aprovecha la enseñanza y adquiere conocimientos y competencias, y quien tiene una actitud pasiva no logra más que un título vacío.
Para mí, como docente, que un solo alumno aproveche el curso y esto le ayude a lograr una ventaja competitiva en el mercado laboral es más que reconfortante y me compensa de todo lo demás.
Un abrazo y gracias por participar,
Olga
Hola Olga:
ResponderEliminarLamento esta experiencia pero creo que es generalizada. Acabo de terminar el módulo de invetigación necesario para mi tesis y tu descripción de los hechos se pueden aplicar a mis clases. Los que preguntábamos, comentábamos y mostrábamos interés éramos los de 40 para arriba, todos con la intención de realizar la tesis. Los más jóvenes formaban parte del máster de protocolo e interés cero. Cómo has escrito, estaban enganchados al móvil, absortos y tras las cinco horas de clase despedíamos a la profesora los "veteranos". Esto me preocupa, sobre todo porque soy madre.
Carmen, la situación que describes es desoladora. La conozco bien. Pero ninguno de esos alumnos llegará a nada si su C.V. se compone únicamente de bonitas líneas carentes de contenido. Los títulos son necesarios, pero las competencias sólo se adquieren con esfuerzo y dedicación. A veces es necesario un tirón de orejas para encontrarse de bruces con la realidad y antes o después nos toca a todos.
ResponderEliminarMucho ánimo con tu tesis y gracias por compartir tu experiencia.