Las universidades públicas españolas poseen un rico ceremonial producto de largas tradiciones centenarias, que hace pocas fechas pudimos disfrutar en un solemne acto celebrado en la Universidade da Coruña con motivo de la imposición de la medalla de oro de la Universidad al ex rector, José Mª Barja, y la investidura como doctores honoris causa de dos insignes intelectuales: Manuel Rivas, periodista y escritor, y John Rutherford, hispanista y traductor de la literatura gallega y española, premiando en ambos su firme y prolongado compromiso con la lengua y la cultura de Galicia.
El acto, que se
celebró íntegramente en gallego por ser esta la lengua oficial de la universidad
coruñesa, tuvo lugar en el paraninfo de la UDC, engalanado para la ocasión con
alfombras, flores, banderas y símbolos
de larga tradición académica. Autoridades institucionales y universitarias
ocuparon las primeras filas del auditorio en riguroso orden de precedencia,
mientras que familiares y amigos de los galardonados tuvieron también su lugar
preferente reservado. El resto del aforo se llenó de invitados generales, entre
los que se encontraban representantes de los distintos estamentos de la
universidad.
Comienza la ceremonia y, al son del Gaudeamus Igitur, con
todo el auditorio en pie, entra la comitiva académica, encabezada por el secretario general y culminada por el rector, revestido con su traje talar y birrete, de riguroso negro, tal y como
corresponde a su cargo. El resto de los claustrales llevan sobre el traje talar
muceta y birrete del color asignado a su doctorado.
Toman asiento en la mesa presidencial, se descubren, y el
rector declara abierta la sesión, pidiendo al secretario general que dé lectura
al acuerdo por el que se otorgan los títulos de doctores honoris causa. A continuación, le ordena que salga en busca del
primer doctorando, que espera fuera de la sala con su padrino. Entrarán los
tres en comitiva, precedida por el secretario general, al que sigue el
doctorando y cerrada por su padrino. Una vez que toman asiento en los sitiales
reservados en un lateral de la mesa presidencial, el rector ordena de nuevo al
secretario general que vaya en busca del otro doctorando y se repite la escena.
Para amenizar la espera y arropar la entrada, en ambas ocasiones hay una
intervención musical cuidadosamente escogida e interpretada en vivo por dos afamados artistas: en el caso de Manuel
Rivas se eligió el himno del antiguo Reino de Galicia, por su arraigo en esta
tierra, mientras que en el caso de John Rutherford, la pieza elegida fue una
canción de Ribadeo, localidad lucense que según él mismo manifestó en su
alocución, le “cambió la vida”. Se trata de un detalle conmovedor, dentro de su
sencillez, que pretende demostrar respeto y afecto por los que son, en
definitivas cuentas, invitados de honor en un día tan señalado.
Una vez están todos en la sala y debidamente instalados en sus
sitios correspondientes, el rector
procede a la imposición de la medalla de oro al ex rector Barja y le concede la palabra para que se
dirija al atril, acompañado del secretario general.
Terminado el discurso del primer homenajeado, comienza la
ceremonia de investidura de los doctorados honoris
causa. El padrino del primero se acerca a la mesa presidencial, siempre acompañado
del secretario general, y tras hacer una respetuosa inclinación de cabeza ante
el rector, le solicita el honor del título para su apadrinado, así como el
permiso para exponer sus méritos. El rector contesta “concedido” y el padrino
procede a pronunciar la laudatio
desde el atril. Una vez concluida, vuelve ante la mesa presidencial y de nuevo
se dirige al rector para solicitarle que le sea otorgado el grado de doctor honoris causa en Filología a su
patrocinado en virtud de todos los méritos alegados. El rector se levanta,
seguido de todo el claustro -todos se cubren con el birrete- y concede entonces
el grado que se le solicita, dejando en manos del padrino el honor de revestir
al doctorando con los distintivos propios del título.
A continuación, todos los miembros de la presidencia se
sientan y se descubren, mientras el padrino y el secretario general flanquean
al doctorando en su camino hacia la mesa que contiene los símbolos académicos
que va a recibir. El padrino le impone primero la esclavina, el birrete, los
guantes blancos y por último le entrega el libro del saber que le confiere el
derecho de enseñar desde la cátedra de esta universidad.
Una vez concluida la imposición de los distintivos, el nuevo
doctor se sitúa frente a la mesa presidencial con el fin de solicitar al rector
el permiso para pronunciar su discurso de ingreso en el claustro, siempre acompañado
por su padrino, mientras inclina la cabeza como signo de respeto. El permiso es
concedido y el nuevo doctor, otra vez flanqueado por el secretario general y el
padrino, se encamina hacia el atril, donde pronunciará su lección doctoral.
Tanto el discurso de Manuel Rivas como el de John Rutherford fueron intensos,
expositivos, comprometidos y de una gran
altura intelectual. Y en ambos casos merecieron una ovación cerrada por parte del
público asistente.
Al terminar su disertación, el doctorando es recogido nuevamente por el secretario general y el padrino, y los tres se dirigen a la presidencia, donde el rector le tomará juramento de “defender y mantener los derechos, privilegios y honor de esta Universidad y sus doctores, siempre y en cualquier parte que estuviere, y prestarles a ella y a sus doctores ayuda y consejo cuantas veces le sea requerido”. El nuevo doctor contesta “así lo juro, así lo prometo, así lo quiero”, tras lo cual el rector le entrega el diploma y le impone la medalla, dándole un abrazo. El nuevo doctor va recibiendo sucesivamente el abrazo de todos los miembros de la mesa presidencial y a continuación regresa a su lugar.
De idéntica manera se procede para la investidura del otro doctorado y, una vez terminada la ceremonia, el rector se levanta, se cubre con el birrete y pronuncia su discurso de valoración y agradecimiento a todos.
El acto culmina de manera muy emotiva con el auditorio puesto en pie cantando el himno de Galicia, como es tradición en esta joven universidad, mientras se abren lentamente los cortinones de la sala para descubrir el impresionante paisaje marino coruñés tras la inmensa cristalera mural que sirve de fondo al paraninfo universitario.
De la organización destaco detalles como el orden de
colocación de las banderas institucionales, que dan preferencia a la del país
invitado tras la bandera de España; la presencia de traductoras simultáneas del
lenguaje de signos, o la perfecta ubicación de los medios de comunicación, que
tuvieron acceso a todas las secuencias de la ceremonia desde lugares
estratégicamente dispuestos, de manera que pudieron cumplir con su cometido con
toda libertad, pero sin interferir en el desarrollo del acto ni en la
visibilidad del mismo por parte de los invitados. Todo un ejemplo.
Una solemne ceremonia académica planificada con esmero en
todos sus detalles y ejecutada con rigor y respeto a las tradiciones, pero también
con la dosis justa de emoción que todo acto requiere. Orden, ritmo, pautas. Nada
de esto es producto de la casualidad, sino del saber hacer de verdaderos
profesionales del protocolo.
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Muchas gracias
Saludos
Carmen Polo Gutiérrez
Relaciones Públicas y Protocolo por la universidad de Gales, Escuela de diseño y comunicación Leonardo CEADE
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ResponderEliminarUn saludo y mucha suerte.