La semana pasada comenzó oficialmente la campaña electoral, para tortura de todos los ciudadanos que, a partir de ahora y hasta el 22M, no veremos en los medios más que noticias sobre mítines, candidatos vociferantes e intercambios de descalificaciones varias. Es decir, más de lo mismo.
Pero no es mi intención hacer una crónica política, entre otras cosas porque no me interesa lo más mínimo el mensaje electoral de los que han sumido al país en la crisis ni de los que juran por sus niños que serán capaces de sacarlo.
Lo que hoy quiero comentar es otra cosa: la puesta en escena de la campaña.Todos los partidos políticos sin excepción contemplan entre sus actividades electorales la organización de mítines más o menos multitudinarios en los que los candidatos se dan un baño de multitudes ante los medios de comunicación. En los lejanos años de la transición política, los españoles acudían a los mítines, con la inocencia del neófito, a escuchar el programa electoral de los líderes queriendo entenderlo y compartirlo, si fuera el caso, otorgando su voto al agraciado que lograra convencerlo. Los mítines tenían entonces un perfil informativo y de captación de votantes. Pero hace mucho tiempo ya que no se organizan para convencer a nadie, sino para que acudan los convencidos a apoyar a los candidatos y así escenificar su capacidad de convocatoria y de movilización de masas. Y esta escenificación tiene sus propios códigos y algunos aspectos ineludibles, que es lo que pretendo comentar.
En primer lugar, el escenario: tanto si está en un campo deportivo como en una plaza pública, el escenario indefectiblemente aglutina los elementos de identidad visual más representativos del partido, a través de sus colores, siglas, símbolos y logotipos, repetidos con insistencia en todos los ángulos desde los que los medios de comunicación puedan captar imágenes del líder, de los asistentes y del evento. Se trata de que, sea cual sea la foto, se identifique claramente quién es el candidato y en nombre de qué partido habla. Asociación de ideas pura y dura.
Pero no acaba ahí la cosa, porque se sabe que la imagen más buscada –y la más conveniente para el interesado- es la del político pronunciando alguna frase lapidaria que sirva como titular de la noticia, por lo cual el discurso se prepara de tal manera que la frase escogida sea pronunciada en un momento estratégico, como por ejemplo aquel en que los telediarios conectan en directo con el acto. ¡Qué casualidad! Justo entonces, el candidato suelta su perla y sale en la tele enmarcado en un plano medio que permite al espectador apreciar su gesto decidido, su voz templada y una selecta cantidad de acólitos aplaudiendo enfervorecidos justo a su espalda. Muy efectista.
Es fácil imaginar, por otra parte, que estos incondicionales no están ahí por casualidad, sino que han sido cuidadosamente escogidos para la ocasión representando al público objetivo del partido, al que éste se dirige en mayor medida con el fin de captar su voto: normalmente jóvenes de ambos sexos vestidos de manera informal pero decorosa, con cara de máximo interés y asintiendo convencidos. Muy espontáneo todo.
También el candidato, al que vemos normalmente vestido de manera formal en sus apariciones públicas, cambia ahora su atuendo y aparece sin corbata, con camisa abierta y, a veces, en vaqueros. Una bonita manera de hacer ver a sus posibles votantes que él/ella es un ciudadano más. Una persona del pueblo, vamos, un sufridor como todos.
Una puesta en escena meticulosamente estudiada por asesores profesionales que me merecen el mayor de los respetos, porque saben hacer su trabajo. Y muy bien, por cierto. Siento no poder decir lo mismo de sus patrocinados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario