La ceremonia de los Óscar dio mucho que hablar, como
siempre. Y como siempre, también, buena parte del interés trascendió lo
estrictamente cinematográfico para adentrarse en el terreno de la moda, la
crónica social y el famoseo. Una cita ineludible para quien es alguien en
Hollywood…o aspira a serlo.
Y ésta debió de ser la reflexión que hizo la inefable Sonia
Monroy, dispuesta a llamar la atención a cualquier precio, que se presentó en
la alfombra roja (eso sí, un día antes, porque a la gala no estaba invitada)
envuelta en la bandera de España, con escudo y todo. ¡Menudo cuadro!
Estoy segura de que la intención de la española no era otra
que salir en las teles patrias y suscitar comentarios en las redes sociales con su absurdo homenaje,
para ganar audiencia y recabar así la repercusión social que con su trabajo no
consigue. Pero se equivocó. Y se equivocó porque los símbolos institucionales,
como la bandera, no son un tema baladí, sino la representación del Estado y de
la comunidad que en él se ampara. En otras palabras, los símbolos nos representan
a todos y merecen la mayor consideración y respeto.
Las leyes que regulan el uso de los símbolos del Estado en
España dejan meridianamente claro cuándo, cómo y de qué manera deben ser
utilizados, pero lo que no contemplan es la sanción para usos indebidos o
inadecuados, como parece que pudiera ser el caso que nos ocupa. La protección penal se limita
a lo dispuesto en el artículo 543 del Código Penal, que dice:
Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho
a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados
con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses.
Más allá de esto, si no se detecta ultraje, el mal uso de
los símbolos sólo podrá encontrar la
reprobación moral o social, que en España suele ser bastante tibia…o inexistente.
La noticia de Sonia Monroy envuelta en la bandera, meramente
anecdótica, es síntoma de un hecho mucho más grave: la desafección creciente de
los españoles con respecto a nuestras instituciones y símbolos, que sólo puedo atribuir al desconocimiento más flagrante y la falta de interés en
subsanarlo por parte de las instancias políticas nacionales, que deberían promoverlo desde los niveles educativos más elementales, como ocurre en todos
los países del mundo civilizado. Pero este tema es mucho más complejo y profundo de lo que
aquí puedo (y quiero) exponer. Hay mucho mar de fondo y no me quiero liar, que
yo sólo pretendía hablar de Sonia Monroy y de los Óscar.
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